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Cantar: el gesto simple que la ciencia confirma como una medicina para el alma y el cuerpo.

Hay épocas del año en que la música lo envuelve todo. Voces que se elevan en centros comerciales, en hospitales, en las calles del barrio. Coros espontáneos que irrumpen entre apuros y rutinas. Y, aunque muchos no lo sepan, cada vez que una voz se suma a otra, sucede algo más profundo que un simple gesto festivo: la ciencia confirma que cantar es una de las actividades más completas y beneficiosas para la salud humana.

Alex Street, investigador del Instituto de Musicoterapia de Cambridge, lo define con precisión: “Cantar es un acto cognitivo, físico, emocional y social”. Y es justamente esa combinación la que convierte el canto en una herramienta poderosa para el bienestar.

Los estudios lo respaldan: quienes cantan, especialmente en grupo, desarrollan un notable sentido de cohesión social, incluso entre personas que jamás se habían visto. Una hora cantando juntas puede crear vínculos que, en otros contextos, demorarían semanas o meses en aparecer. Pero la música no solo une: también fortalece.

Cantar regula la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Refuerza la función inmunológica de una forma que escuchar música no logra. La razón está en la biología: la activación del nervio vago, la respiración prolongada que libera endorfinas —esas sustancias que alivian el dolor y generan bienestar— y la activación simultánea de regiones cerebrales vinculadas al lenguaje, al movimiento y a las emociones.

Por eso, cantar calma, ordena y alivia. No es casualidad que los bebés se tranquilicen con una canción de cuna ni que, en el otro extremo de la vida, la música acompañe los momentos de despedida.

Incluso nuestra historia como especie parece estar atravesada por esta forma de expresión. Algunos antropólogos sostienen que nuestros antepasados cantaron antes de hablar, que usaron la voz para imitar la naturaleza, expresar sentimientos, construir rituales y sostener la vida en comunidad. De alguna manera, seguimos siendo ese mismo ser humano que necesita vibrar con otros para sentirse acompañado.

Y si hay un ámbito donde esto se vuelve evidente es en el canto colectivo. Cantar en grupo aporta beneficios superiores a hacerlo en solitario. Por eso se utiliza en educación para fomentar el lenguaje, la cooperación y la regulación emocional. Y en medicina, para acompañar a sobrevivientes de cáncer, personas con Parkinson, pacientes con accidentes cerebrovasculares o con demencia. La voz, transformada en melodía, se convierte en rehabilitación, en terapia, en refugio.

El mensaje es simple y profundo: cantar no es un lujo ni un talento reservado a unos pocos. Es una capacidad humana que nos devuelve bienestar, fuerza y comunidad.

Tal vez, entonces, valga la pena animarse.

Levantar la voz, aunque sea tímidamente. Cantar en la ducha, en el auto, en casa. O mejor aún: buscar un coro, un grupo, una rueda donde la música vuelva a unir lo que el ritmo cotidiano deshilacha.

No necesitamos sonar perfecto.

Necesitamos sonar juntos.

Y ahí, justo ahí, empieza a sanar algo.

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