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Cuando el consumo anestesia el dolor: una mirada urgente al trauma detrás de la adicción.

Columna de Opinión

Lic. Joanna Perco

Frente al consumo de sustancias, la causa no siempre está en la química, sino en el dolor. Y este es precisamente el enfoque que propone Dianova, cuyo artículo “El consumo como anestesia: por qué el trauma complejo puede llevar a la adicción” sirve de base para una reflexión más amplia que hoy recoge y amplifica este medio.

En demasiados casos, la adicción no nace del placer, sino del sufrimiento. Consumir —alcohol, drogas o psicofármacos— puede convertirse en una forma de apagar temporalmente emociones insoportables: miedo, angustia, soledad o recuerdos traumáticos que vuelven una y otra vez. Como plantea Dianova, la sustancia funciona como una anestesia emocional, pero una anestesia que cobra un precio altísimo.

El trauma como raíz invisible

Quienes vivieron violencias, abandono, negligencia o situaciones de vulneración en su infancia desarrollan con frecuencia un Trastorno de Estrés Postraumático Complejo (TEPT-C), una herida profunda que altera la manera en que sienten, reaccionan y se vinculan. Cuando ese trauma no se cura, queda una herida abierta que buscará cualquier forma de alivio.

Allí aparece la sustancia: rápida, accesible, eficaz… por unos minutos.
Luego llega la dependencia. Y con ella, el círculo vicioso.

Sin embargo, seguimos discutiendo de adicciones como si se tratara de “malas decisiones” o “falta de voluntad”. Esa mirada moralizante no solo es injusta: también es peligrosa. Invisibiliza la causa real y refuerza el estigma que impide pedir ayuda.

El problema no es la sustancia: es la herida

No alcanza con quitar la sustancia si no se atiende lo que llevó a buscarla. El ser humano es alma, cuerpo y espíritu; por eso, cuando se deja fuera la dimensión espiritual, la sanidad nunca es completa. Los mejores resultados frente al consumo de sustancias suelen darse entre quienes integran la fe como parte de la ecuación que les ha permitido salir del abismo. Sanar implica mucho más que dejar de consumir: implica reconstruir la vida desde un lugar de dignidad.

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La evidencia muestra que la fe y la espiritualidad fortalecen la recuperación en quienes enfrentan adicciones.

La recuperación de una adicción no ocurre solo en el cuerpo: también atraviesa lo emocional y lo espiritual. La evidencia es clara. Estudios internacionales muestran que el 73 % de los programas de tratamiento incluyen un componente espiritual y que el 84 % de las investigaciones concluyen que la fe reduce el riesgo de adicción o favorece la abstinencia (Journal of Religion and Health, análisis citado por Faith Counts, 2019).
Asimismo, se ha observado que las personas con mayor espiritualidad presentan menos ansiedad, más resiliencia y mejores tasas de recuperación

Un cambio de enfoque necesario

El artículo de Dianova nos recuerda algo esencial: detrás de cada adicción hay una historia que merece ser contada y atendida. Y también nos desafía como sociedad.

Si queremos hablar de prevención, rehabilitación y políticas públicas efectivas, debemos empezar por reconocer que la adicción no es una conducta aislada, sino el síntoma visible de un dolor que muchas veces se esconde.

Mirar el trauma es mirar la raíz.
Y mirar la raíz es el primer paso para sanar.

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