Más de 5.800 niños por semana aprenden música en Uruguay gracias a un programa que rompe barreras sociales.
Cada tanto surgen noticias que merecen detenernos, respirar hondo y mirar el país con otros ojos. Esta semana vuelve a sorprendernos una de esas historias que, sin hacer ruido, está transformando la vida de miles de niños en Uruguay. Hablamos de una iniciativa que crece año a año y que hoy reúne a más de 5.800 niños aprendiendo a tocar un instrumento en distintos puntos del territorio.
Sí: 5.800. Casi seis mil niños que cada semana afinan un violín, sostienen una trompeta, golpean un timbal o descubren la primera melodía en una flauta. Y lo hacen gracias a un programa que abrió la puerta a algo tan simple como poderoso: acercar la música a todos, sin importar dónde vivan ni si pueden costear un instrumento.
Lo notable es que aquí no se exige experiencia previa ni la tenencia de un instrumento propio. Los niños reciben el suyo, lo aprenden a cuidar y lo llevan consigo como quien guarda una llave a un mundo nuevo. En barrios de Montevideo, en pequeñas localidades del interior, en escuelas y centros comunitarios, la escena se repite: chicos reunidos, aprendiendo juntos, descubriendo no solo notas sino también valores.
Porque este proyecto no es solo música. Es trabajo, disciplina y voluntad. Tres pilares que se vuelven parte del día a día de los niños: llegar a tiempo a los ensayos, practicar aunque cueste, escuchar al otro, coordinar, equivocarse, volver a intentar. La música como escuela de vida.
En algunos lugares, el impacto es aún más visible. Casavalle, por ejemplo, reúne alrededor de 1.800 participantes. Allí, en un barrio muchas veces asociado a las carencias, lo que hoy resuena es una orquesta comunitaria que demuestra que el talento y las oportunidades pueden crecer en cualquier suelo cuando se riegan con constancia.
Y aunque no todos estos niños seguirán caminos profesionales, eso no es lo más importante. Lo decisivo es que encuentran un espacio donde sentir pertenencia, donde desarrollar confianza, donde descubrir capacidades que quizás jamás imaginaron. Algunos han llegado a tocar en escenarios impensados, incluso fuera del país. Otros, simplemente, han encontrado un lugar donde ser.
En tiempos donde las pantallas ganan protagonismo y las rutinas se aceleran, la imagen de miles de niños formando parte de orquestas y grupos musicales nos recuerda algo fundamental: la cultura también es un derecho, y cuando llega a las manos correctas —las manos pequeñas de un niño— puede convertirse en una herramienta de transformación social.
